Hay que reconocer que, de un tiempo a esta parte, se habla de innovación “hasta en misa”. De hecho, hace poco pude ver que, también en ese “sector”, se está empezando a innovar. Asistí hace poco al visionado de un anuncio que ofertaba un pequeño artilugio digital para “ayudar a rezar”, seleccionando mediante botones oraciones para cada día de la semana, con la voz grabada del difunto papa Juan Pablo II. Desconozco cuantos de esos dispositivos piensan vender, pero, hoy en día, apostaría a que muchos más que rosarios. Innovar ya no es una opción; es una necesidad. Sin embargo, casi cada día me encuentro con personas que, pese a tomar conciencia de ello, siguen sin tener muy claro el término, y en España tenemos un instrumento muy útil para estos casos: El Diccionario de la Real Academia de la Lengua, que aporta la siguiente información: innovar : mudar o alterar algo, introduciendo novedades Innovación : creación o modificación de un producto, y su introducción en un mercado Durante muchos años nos hablaron del “i más d”, o I+D, o bien Investigación y Desarrollo. También aquí la R.A.E nos ilustra al señalar que investigar es “hacer diligencias para descubrir algo”, o “realizar actividades… con el propósito de aumentar los conocimientos sobre una determinada materia”. Es importante observar que, en este caso, no se habla de crear, ni de conseguir novedades, ni mucho menos de mercado. Investigar, producir investigación, es otra cosa. Por ello, tras años de olvido, se comenzó a hablar de “I+D+i”, y esa “i” chiquitita del final hacía referencia a la “innovación”, que es en lo que vamos a centrarnos. El “rezador electrónico” comentado no utiliza ninguna tecnología nueva. Ni su diseño o construcción han supuesto reto alguno, más allá de los habituales en una empresa.
Tampoco es una novedad un aparato al que le das un botón y emite un sonido grabado previamente. Y, sin embargo, sin duda es un producto innovador. Quienes lo concibieron dispusieron logros alcanzados por otros, que a su vez aprovecharon investigaciones anteriores, ni tampoco es una novedad encerrar una grabación digital y un altavoz bajo una carcasa con botones. Pero, en este caso, lo hicieron para una finalidad diferente, en un mercado diferente. La innovación adopta miles de formas y puede alcanzar a cualquier proceso de cualquier empresa de cualquier sector. Una confusión habitual es confundir la investigación con la innovación, y existe una forma bastante sencilla de ayudar a tenerlo claro: Investigar es poner dinero para conseguir ideas Innovar es poner ideas para conseguir dinero Sin duda que, en ocasiones, o en determinados sectores económicos, innovar suele requerir investigación; de tecnologías, de materiales, o de conocimiento puro. Pero en la mayoría de los sectores no es así. Y esto es un problema, porque, en parte debido a esa confusión, muchos pequeños empresarios, cuando oyen hablar de “innovación”, piensan que no les afecta directamente. Algunos incluso llegan a afirmar: “en lo mío está todo inventado, lo que pasa es que la competencia es muy dura”, y se habla de China, de Marruecos, o de la provincia de al lado o de la empresa de enfrente. Llevo ya algún tiempo alrededor de esta problemática, y aunque he observado avances, sigo encontrándome con gentes de empresa que se muestran reticentes a la hora de plantearse innovar. O bien no creen realmente imprescindible innovar en lo suyo, o no se creen capaces de hacerlo.
Son dos errores. En el segundo caso, existen ayudas, herramientas o estrategias a su disposición, y desde este blog intentaremos ayudar a que las conozcan, de forma amena y práctica. En el primer caso, simplemente no es cierto. Innovar, presentar una novedad, aporta a un negocio una ventaja competitiva. Un nuevo producto o servicio. Un nuevo sistema para fabricar, almacenar, distribuir o vender. Algo que la competencia no tiene y que, bien presentado o utilizado, hace ganar cuota de mercado, despacio o deprisa, a quien lo logra. Si es posible llegar a aportar algo nuevo en un determinado sector, antes o después, en un mercado globalizado, alguien lo conseguirá. Si son muchos los que lo consiguen, nuestra pérdida de cuota será rápida, en lugar de más lenta, pero siempre inexorable. De acuerdo en que “siempre se puede copiar”. Ahí es donde entra en juego un factor que hasta hace pocos años no estaba muy presente, salvo en algunos sectores concretos: la rapidez, la dinámica con la que se generan y aparecen los cambios. Cuando existen suficientes empresas, en cualquier parte del mundo, capaces de producir innovación de forma casi constante, limitarse a copiar resulta insuficiente. Tan sólo nos permitirá perder cuota más despacio, si copiamos suficientemente deprisa. El final, sin embargo, terminará siendo el mismo. Nuestro negocio seguirá mermando y perdiendo competitividad, hasta convertirse en otro “concursante”, como se dice ahora de las empresas intervenidas. Ya no basta con poder adaptarse a los cambios. Éstos se producen cada día más rápido y en todos los frentes. Ahora hay que ser capaz de generarlos. Si fueran pocos los que lo lograran no habría grandes problemas, pero esa no es la realidad. Lo logran muchas empresas, cada día más, en todo el mundo, en todos los sectores, y ahora además se cuenta con medios para que lleguen a cualquier zona, a cualquier mercado. Sin embargo, en ese escenario, España está en el vagón de cola, tanto a nivel mundial como de la propia Unión Europea. Para innovar se necesita capacidad creativa, y presumimos, y con razón, de ser un país con reservas en ese pozo. Donde está el problema entonces? Sin duda son varios, muchos los que los estudian y varias instituciones las que, cada vez más, toman conciencia de la necesidad de abordarlos. Pero han de ser las propias empresas, en primera persona, quienes han de “desear” innovar, o todo será inútil, por más que desde determinadas instituciones se asuma la tarea de sumarse al esfuerzo. El Colegio de Empresistas de Cantabria es una de esas instituciones. Y no sólo se ha propuesto analizar el problema. Además ha apostado por introducir la innovación para que sus colegiados aumenten sus posibilidades profesionales, y colabora en iniciativas para que las empresas en la que éstos trabajan, o para las que colaboran, mejoren también su capacidad innovadora. En el marco de una de esas iniciativas, todavía en fase de adolescencia, ya se reciben y estudian peticiones, o desafíos, para aportar ideas nuevas, innovadoras, en multitud de sectores de actvidad: desde el turismo a la construcción, desde la industria a la hostelería, desde el comercio a los servicios públicos. Sin duda, eso resulta de utilidad para las empresas y organizaciones que los presentan, pero desde el punto de vista opuesto, también sirve para demostrar, en la práctica, que no hay sector de actividad donde no sea posible innovar. Y, si algún lector opinara lo contrario, desde estas líneas asumimos con gusto el reto de demostrárselo.