¿Tiene Ud prejuicios? Aprenda a saberlo y a quitárselos de encima

Si un bocata de jamón cuesta un euro con diez céntimos, y el jamón cuesta un euro más que el pan. ¿Cuanto cuesta entonces el pan?

La inmensa mayoría responde a esa sencilla pregunta de la misma forma: pues… diez céntimos. Error, porque diez céntimos más un euro serían 1,10 euros para el jamón, que sumados a esos diez céntimos harían un total de 1,20 euros. La respuesta correcta sería 5 céntimos para el pan, y 1,05 euros el jamón, y fácil de encontrar. Eso sí, si acallamos nuestra respuesta inmediata y nos paramos a pensar primero. Es decir, si evitamos el juicio previo, también llamado prejuicio.

Ese sencillo ejemplo lo proponía David Kahneman,  psicólogo israelí nacido hace 78 añitos ya, y que ganó en 2002 el premio nobel… de economía!

Un tipo realmente interesante de leer, y que incluso hoy en día resulta de utilidad para entender alguna de las realidades macroeconómicas y comportamientos algo irracionales de “los mercados”.

La mayoría de las personas suele pensar que, en materia de dinero, el común de los mortales tiende a comportarse de forma racional; más que en otras facetas de la vida. Sin embargo, son muchos los estudiosos del binomio economía-psicología que aportan datos, basados en estudios  y observaciones empíricas, que demuestran lo contrario.

Dos ejemplos. El primero lo podemos comprobar haciendo la siguiente pregunta a las personas que están a nuestro alrededor: ¿Qué prefieres, que te dé 100 euros dentro de un año, ó 101 euros dentro de un año y un día? De forma aparentemente lógica y racional, la mayoría nos dirá que, hombre, por un día más, pues mejor los 101 euros dentro de 366 días.

Pero, siguiendo la misma lógica y racionalización en materia de dinero, a otro grupo, e incluso en algún caso puede que a los mismos, les podemos preguntar: ¿Qué prefieres, que te dé 100 euros ahora, o 101 euros mañana? Y las respuestas nos pueden dejar pasmados.

Ponte tú a explicarles lo que es la tasa de interés anual, o la famosa T.A.E de los créditos que tanto miraban y remiraban antes de firmarlos, o las vueltas que dan para ahorrar unos céntimos en la leche, intenta compaginar sus opiniones con las respuestas obtenidas en el ejemplo anterior.

Otro ejemplo, este un poco más “de laboratorio”. En una universidad americana, una psicóloga, adscrita a un departamento de “economía conductiva” -ya de curiosa y notable existencia- preparó un ensayo clínico con resultados sorprendentes.

Hizo pasar al grupo de control del ensayo a una sala y les pidió que escribiera, en la parte superior de un papel en blanco, las dos últimas cifras de su número de la seguridad social -allí no tienen DNI- con el falso argumento de que era para ordenar después los resultados. Poco después, escenificó una subasta de un objeto cualquiera -creo recordar que una jarra para café- y solicitó a todos que hicieran sus pujas, continuando la subasta hasta alcanzar una que nadie quiso superar, y tomando nota de todas las ofertas que hicieron los asistentes.

Analizando con su equipo los datos a continuación comprobó, para asombro de muchos, aunque no para ella, que de forma indefectible, las mayores pujas las habían llegado a hacer quienes habían anotado las cifras mayores de su terminación de número de la seguridad social.

Desde el ejemplo del bocata de jamón, hasta este último, pasando por los 100-101 euros, el principio que ha operado en las mentes de todos los participantes en estos “experimentos” ha sido el mismo: el juicio previo, el prejuicio, y la predisposición mental. Que, como queda también reflejado en los ejemplos, es todo menos racional, aun cuando pueda resultar coincidente con el de la mayoría. Y que, pese a ello, nos puede llevar al error con mucha facilidad.

La innovación requiere saltarse los prejuicios, lo cual requiere de un esfuerzo consciente y de un poco de práctica bien orientada; tanto por quien desea concebir una idea diferente, como por parte de quien se brinda a escucharla.

En muchos sectores, a la gente -en la oferta y en la demanda- les cuesta “salirse de la vía” y admitir innovaciones. Sin embargo, parece que cuando hablamos de tecnología a la mayoría le cuesta menos, incluso que busca la novedad. Veamos si esto es cierto o si los prejuicios operan de forma inconsciente, también en este caso.

Pensemos en un reloj de pulsera. Los diseñadores son profesionales que, quizá en mayor medida que los demás, se auto-obliga a la innovación, a la creatividad. A concebir cosas diferentes, buscando con ello facilitar un hueco en el mercado, un sello distintivo, una ventaja competitiva. Anda que no hay relojes diferentes, pero, pensándolo bien, son tan diferentes?

Unos esféricos, o en elipse, o cuadrados, o rectangulares, en metal, plástico… hasta en cristal. Pero, dejando aparte los digitales que muestran las cifras en horas y minutos, el resto son muy similares. Con números normales, o romanos, o simples rayitas o puntitos -ya todo el mundo sabe donde quedan en un reloj el 3, el 6, el 9 y el 12. Pero, al final, todos cortados con el mismo patrón. Todos bajo el mismo principio previo, o prejuicio. Pero veamos el de la foto:

El principio que inspiró a su diseñador es el del antiguo reloj de arena. El área en claro representa el tiempo transcurrido, y va creciendo a medida que pasan las horas.

Éstas se miden en una escala a la izquierda, coincidiendo con la marca horizontal del área en claro. Debajo se miden los minutos, coincidiendo con la frontera vertical de ese área.

Un sistema perfectamente válido. Barato de producir; una simple pantallita LCD, como los antiguos Casio, que se va iluminando a partir de un contador digital interno con un simple algoritmo o programación. Sin duda novedoso. Muy innovador.

Ahora toca hacerse uno mismo las preguntas. ¿Estaría Vd dispuesto a usarlo en lugar del suyo? ¿Piensa que lo harán los demás? ¿Cree que esta variedad de indicar la hora puede llegar a sustituir, al menos parcialmente, al sistema “tradicional”?

Más que la naturaleza de las respuestas, lo importante es que cada uno se pare a meditar el porqué de las mismas. ¿Ha sentido un impulso inicial automático que le llevaba a rechazar esa novedad rompedora, o consiguió, antes de pensar en una repuesta, analizar racionalmente la novedad?

Ese posible impulso interior inicial a favor del planteamiento estándar, obedece a un juicio previo, o condicionamiento psicológico, o prejuicio, y es uno de los principales obstáculos o frenos a la innovación, a nivel personal y empresarial, y puede ser positivo reflexionar un poco sobre ello.

 

Federico Moratinos

Dtor Centro de Innovación y Diseño del Campus Rural


 

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