Para ello, es un buen principio dejar de confiar en exceso en nuestra memoria. De forma inconsciente, intuitiva, la mente busca soluciones por sí misma, salvo que el miedo o los malos hábitos aprendidos se lo impidan. No necesitamos aprender a tener ideas, tan sólo practicarlo. Para ello es bueno hacerlo en grupo, y mejor con personas que cuentan con esa práctica.
Los niños tienen pocos miedos.
Los vamos aprendiendo con los años, y con pocos años acumulamos también pocos malos hábitos.
Por eso suelen ganarnos en imaginación. Pero nuestro cerebro es más capaz cuando somos adultos. De modo que sólo tenemos que dejarle trabajar con más libertad. Tenemos que confiar más en nuestra propia mente, en nosotros, en lugar de apoyarnos continuamente en la producción mental de otros, aprendida de memoria. Es bueno esforzarse en recordar cómo imaginábamos las cosas cuando éramos pequeños, y dejar que nuestra mente disfrute imaginando cómo lo hacía siendo niños. Entonces, casi sin darnos cuenta, seremos más innovadores, seremos más capaces de trabajar con personas creativas, tendremos mejores habilidades apreciando y valorando las ideas ajenas, entre otras cosas, porque no tendremos ese puntito de envidia, temor o desconfianza, que afecta a quienes carecen de habilidades que son valoradas en los demás.
Dejemos que la memoria nos dote de herramientas, pero seamos imaginativos para utilizarlas.