Pese a los todavía innumerables obstáculos para constituir y poner en funcionamiento una nueva empresa, la primera intención de quien tiene una idea innovadora, con potencial de negocio, es partir desde cero, en lugar de estudiar la posibilidad de trasladar esa nueva idea de negocio a alguna otra empresa ya constituida y consolidada. ¿Por qué? Pues por varias razones, como casi todo en la vida, y antes de analizar algunas, pensemos y valoremos un momento que, según la mayoría de fuentes disponibles, alrededor del 80% de las empresas de nueva creación fracasan y desaparecen antes de cumplir su cuarto año de vida. Algunas fuentes incluso presentan un panorama todavía más penoso. Sin embargo, la mayoría de los nuevos emprendedores opta por iniciar su particular aventura empresarial despegando desde el suelo, y Newton demostró con cifras que se precisa una considerable fuerza para que algo en reposo pase a estar en movimiento. Sin duda en esa decisión, de cuestionable racionalidad, influye el afán de creación, de alumbrar y tener algo propio, por parte del emprendedor titular de la idea de negocio. Tampoco podemos descartar que, hasta ahora, las administraciones apoyaban con más entusiasmo -y medios- la creación de nuevas empresas frente a la alternativa de dotar de mayor impulso a las existentes. Pero, sobre todo, sobre el emprendedor con la nueva idea pesa mucho la sensación de que tomar contacto con una empresa consolidada le enfrentaría a riesgos aún mayores de echarla a perder. Ni sabe, ni tiene quien le asesore, cómo elegir la empresa con más posibilidades para su idea. Ni sabe, ni tiene quien le asesore, sobre cómo exponer su idea con la dirección de esa posible empresa, ni en qué términos plantear una posible colaboración, ni de qué modo garantizarse un retorno razonable a su idea y sus esfuerzos. Un problema para él, y una oportunidad de negocio para los asesores empresariales, dicho sea de paso. Desde el otro lado, esa posible empresa ni sabe, ni suele tener quien le asesore, cómo analizar objetivamente las posibilidades de negocio de la idea planteada, sobre todo si es realmente innovadora. Es decir, si estudiarla y plantearse desarrollarla requiere de una visión más amplia que la propia de su negocio actual, y no digamos si supone cambiar formas de trabajo, estrategias, procesos o mercados. Las empresas consolidadas tienen importantes inercias que vencer, y habiendo enfrentado en el pasado situaciones problemáticas, tienden a aplicar las mismas soluciones y enfoques a las futuras. Un problema que afecta a la mayoría de las personas. Me viene a la cabeza un viejo chiste del difunto y legendario Eugenio: En un circo se presentó un muchacho a pedir una oportunidad para saltar a la pista. El dueño del espectáculo le preguntó qué sabía hacer, a lo que el chico le respondió que imitaba a los pájaros. Tras pensarlo un segundo y medio, el dueño le respondió que eso no le interesaba ni a él ni a su público. El chico no quiso discutírselo… y se fue volando. Un chiste. Pero son innumerables los ejemplos de buenas ideas y propuestas que, no obstante, avezados y bien considerados empresarios decidieron rechazar. Veamos solamente una muestra: “Este aparato tiene numerosos puntos débiles para ser considerado seriamente como un medio de comunicación. En sí, el aparato carece de valor para nosotros” : nota interna de la Western Union en 1876, refiriéndose al teléfono. “Los aeroplanos son juguetes interesantes, pero carecen totalmente de valor militar” : Mariscal Ferdinand Foch, profesor de estrategia en la Escuela Superior de Guerra de Francia, en 1904. “¿Quien demonios va a querer oír a los actores?” : Harry M. Warner, de Warner Bros, en 1927. “No veremos nunca los dibujos animados en video casettes” : Nota recogida en el Plan Estratégico de Disney en 1975. “Calculo que cinco ordenadores serán suficientes para satisfacer el mercado mundial” : Thomas Watson, en 1943, presidente de IBM, al plantearse el Mark I. “No existe ninguna razón para que un particular tenga un ordenador en su casa” : Ken Olsen, en 1977, presidente y fundador de Digital Equipment Corporation. “Con 640 Kbytes de memoria interna será suficiente para cualquier ordenador” : Bill Gates, en 1981, al diseñar el MS-DOS, cuando un colaborador le planteó un sistema alternativo que salvaba esa limitación, que Windows arrastró en su núcleo hasta hace bien poco. Por regla general, prestamos más atención a los problemas que a las posibles soluciones. Para encontrar éstas últimas necesitamos ideas, pero no esperemos que éstas coincidan con la que nos gustaría. Ni tampoco esperemos que las ideas vengan siempre del mismo sitio. La verdadera innovación es aceptar el cambio, empezando por su procedencia, y la mayoría de los empresarios y directivos preasignan un valor a las ideas en función de la valoración que hacen de quienes se las transmiten. ¿Y cómo podría un empresario o directivo de empresa escuchar con atención y objetividad a un desconocido con una idea innovadora, si en la mayoría de las ocasiones no presta la debida atención a las aportaciones de sus propios trabajadores? Muchos de los nuevos emprendedores que han conseguido concebir y plantear una idea con potencial de negocio, eran anteriormente trabajadores de otra empresa. Sin duda, su experiencia y conocimientos adquiridos le sirvieron para conseguirlo, pero no mientras estaba bajo la dirección de otros. Otros que, sin embargo, puede que hoy necesitaran esas ideas y aportaciones. De modo que, quienes tienen las ideas, intentan ponerlas en práctica por su cuenta, asumiendo el 80% de probabilidad de fracasar en el intento. Y no porque la idea no sea viable, sino porque -como analizamos en un post anterior- saber gestionarla requiere de habilidades que quizá no tenga el nuevo emprendedor, pero que sí ha demostrado tener quien posee o dirige una empresa ya consolidada. El resultado de todo ello es una cantidad ingente de esfuerzos individuales y colectivos invertidos en multitud de fracasos empresariales que, en una cultura que castiga socialmente esos errores, genera innumerables frustraciones y quebrantos, tanto de moral como de crédito y recursos. De modo que vivimos en una sociedad que, al mismo tiempo, anima a optar por el mayor riesgo de iniciar una aventura empresarial, frente a la alternativa de ayuydar a impulsar una que ya ha tenido éxito y, sin embargo, castiga moral y financieramente a quienes fracasan en ese intento. Teniendo en cuenta además que, ahora y siempre, una economía de mercado depende de la continua aportación de nuevas ideas y emprendedores, tenemos un problema como sociedad. El Gobierno de Cantabria, a través de la Consejería de Innovación e Industria, tiene abierta la línea de ayudas INNOVA, dentro del programa IMPULSA. Incluye la aportación de fondos a iniciativas innovadoras, con independencia del sector de actividad y sin entrar a valorar si su puesta en marcha la realiza una empresa existente o se crea otra nueva. Simplemente respalda con fondos cualquier propuesta innovadora que alguien quiera poner en marcha. Con el sólo requisito de que, efectivamente, sea realmente innovadora, en cualquier acepción del término. Bravo por la Consejería, y seguiremos con interés la evolución de la iniciativa.