La gente repite con frecuencia eso de “renovarse o morir”. Se aplica, a nivel particular, para un sinfín de situaciones: desde cambiar de ropa hasta de peinado. Es curioso cómo, incluso ante esas pequeñas variaciones personales, conseguimos algunas cosas. Entre ellas, sentirnos mejor. En general, nos gustan los cambios. Especialmente, cuando son superficiales, o cuando los adoptan los demás: la reforma de un bar, la nueva carta de un restaurante, un nuevo modelo de teléfono o de coche.
Sin embargo, a la hora de tomar la decisión sobre cambios importantes, o con cierto riesgo, respecto a nosotros mismos, o en nuestros negocios, lo que desde fuera percibimos en los demás como una ventaja, lo vemos como un riesgo. En realidad, es las dos cosas al tiempo.
Cualquier negocio, cualquier empresa, entraña ciertos riesgos y, en general, muchos empresarios prefieren ver cómo les va a los demás, antes de tomar la misma senda. Claro que, si les va bien, nos habrán sacado más ventaja, y sólo copiando no será posible recortarla. Si vuelven a cambiar, a innovar, nos sacarán otro trecho. Y así la brecha se convierte en trinchera insalvable.
Sucede en todos los sectores, aunque en unos resulta más aparente que en otros. Muchas empresas no muestran sus cartas, pero se renuevan, se reinventan, innovan, en cosas grandes y en pequeños detalles, en productos o en procesos, en sistemas de organización o en nuevos mercados. La mayoría lo hace con sigilo, aprendiendo el proceso de la innovación, de tener ideas nuevas, saber escucharlas y analizarlas, saber prototiparlas y ponerlas en marcha. Pero nos lo ocultan. Los muy ladinos!
¿En serio podemos esperar que nuestra competencia nos enseñe continuamente el camino? ¿Podemos confiar el futuro de nuestras empresas, en un mundo globalizado, a la estrategia de esperar, observar y, si la competencia nos adelanta, repetir lo que haya hecho? ¿Queremos ganar, o sólo perder despacio?
Si el otro equipo va marcando goles, y apostamos por recortar diferencias después de que nos marquen, perderemos. En los negocios no se pita descanso, ni hay final del partido. La disputa dura siempre, hasta que uno se retira. La estrategia del empate no tiene sentido y no hay partido de vuelta.
En la jornada sobre innovación organizada por el Colegio de Empresistas de Cantabria, y desarrollada en la Cámara de Comercio de Cantabria, se abordaron este y otros temas paralelos, comprobándose una vez más que resulta más asequible pensar en innovación refiriéndonos a los demás, que a nosotros mismos.
Muchos empresistas son titulares o trabajan en un despacho de asesoramiento contable, fiscal o laboral. Visto desde fuera, no parece ser este un sector donde se haya apostado por la innovación, pese a que muchos de sus integrantes admiten que innovar es importante e incluso lo recomiendan a sus clientes. En cierto sentido, parece como si se confiara en que, si les va bien a sus clientes, les irá bien también a ellos. Claro que, muchos de esos clientes piensan algo parecido respecto de sus propios clientes.
En principio, más parece que la innovación en el sector haya venido de la mano de las empresas de software y servicios informáticos, o de telecomunicaciones. Sin embargo, precisamente por esas mismas vías y herramientas, resulta razonable aventuurar una auténtica revolución en este tipo de negocios, tanto de las asesorías como de las gestorias de todo tipo.
Tan sólo pensando en la futura generalización de la factura electrónica, que algunas grandes corporaciones ya manejan y exigen a sus proveedores, es fácil pensar que los servicios contables sufrirán una caída de tarifas. E igualmente fácil resulta imaginar que, por una combinación de medios telemáticos en un mundo digitalizado, podrá realizar el asesoramiento contable y fiscal, a nuestros actuales clientes, cualquier despacho de Madrid o Barcelona… o Berlín.
Algunos pensarán que eso llevará un tiempo, y esperarán, permitiendo mientras tanto cobrar ventaja a quienes adviertan esa oportunidad. Otros verán el peligro, y se irán preparando para que esa competencia global no les sorprenda, y perder así menos terreno. Finalmente, un tercer grupo, el menos numeroso, verán que si un despacho de asesoría de otra ciudad europea puede asistir a sus clientes, también ellos pueden ir a por clientes de otras ciudades, españolas al principio, y extranjeras después, con o sin actividades en nuestro país. Esos ganarán lo que el resto pierda.
Quizá alcancen a pensar que, por esos mismos medios telemáticos, podrían contar con la colaboración de un contable en Milán y, mediante el mismo software corporativo -seguramente en la nube- y una combinación de tele-trabajo y tele-presencia, poder ofrecer servicios a empresas españolas e italianas, en una Unión Europea que tiende hacia una mayor unificación y consolidación económica y fiscal, y en un mundo tecnológico donde muchos negocios, incluso los pequeños, tendrán una base operativa en internet, lo que equivale a estar en todas partes.
Ese escenario no será un punto de llegada, sino de partida. Muchos desaparecerán. Otros se reconvertirán, copiando lo que haga la competencia que sobreviva, que no sólo lo habrá hecho primero, y tendrá ventaja ya sólo por eso; También, y sobre todo, tendrá la gran ventaja de haber aprendido a innovar, a cambiar, y no tan sólo a imitar. A generar cambios, y no a adoptar los que les vengan impuestos. Tendrán un motor interno capaz de seguir el ritmo. El resto no podrá.
Innovar no está de moda porque la administración, o algunas grandes corporaciones a través de sus campañas de promoción o publicidad, hayan decidido sumarse al que parece ser el eslogan de la década. La innovación es ya una estrategia para sobrevivir, no para vivir mejor. Cada día más organizaciones lo entienden y lo asumen. ¿De verdad alguien piensa que nos podemos limitar a quedarnos mirando a ver cómo les va? ¿Es razonable confiar nuestro futuro a que la competencia nos enseñe el modo de ganarles la partida?
Sin duda así crecieron negocios en el pasado, e incluso economías enteras. Pero era otro mundo, sin globalizar, sin las herramientas telemáticas ni logísticas actuales, y donde los cambios se producían de vez en cuando, no todos los días, y además sucedían en determinados sectores o países, no en toda la economía y en todo el mundo al mismo tiempo.
En la medida en que pueda, nuestra competencia intentará que no nos movamos, al menos hasta que nos saque un par de cuerpos de ventaja. Si les va mal, habrán cobrado experiencia y aprendido a generar cambios, la cultura de la innovación, y eso les dará ventaja en los nuevos retos. Si lo consiguen, la ventaja será aun mayor. Si sale cara, ellos ganan. Si sale cruz, nosotros perdemos.
Renovarse o morir! Por suerte o por desgracia, el famoso dicho popular nunca fue más cierto. Administraciones, instituciones, gobiernos, colegios profesionales, asociaciones empresariales; todos hacen lo que pueden para movilizar a sus colectivos interesados y poner los medios que estén a su alcance. A partir de ahí, la decisión es de cada uno. Sólo innova el que quiere hacerlo.
Federico Moratinos
Dtor Centro de Innovación y Diseño del Campus Rural
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