Anda que no hay ejemplos para apoyar la sentencia: “se puede innovar siempre, en todo, frente a todo y pese a todo”. Luego, cuando se consiguen las cosas, se escucha eso de: “bueno, la verdad es que, si lo piensas bien, era lógico”, o aquello de “ya, pero es que entonces era más fácil”, o incluso el no menos famoso latiguillo: “ya, en eso sí, pero en lo mio son habas contadas”. Hay quienes han intentado innovar y no lo han conseguido. Cuando escucho lo de “intentar” ciertas cosas, recuerdo las palabras del “maestro Yoda”, en un episodio de La Guerra de las Galaxias. El pequeño y verde sabio le instaba a su pupilo a realizar algo que éste no creía posible conseguir y, aun así, le dijo a su maestro que “lo intentaría”. El maestro le respondió rápido y tajante: “Hazlo, o no lo hagas. Pero no lo intentes”. En infinidad de situaciones, nuestras dudas y nuestros miedos son nuestro principal freno, y el mayor obstáculo a salvar. Cierto que a veces abrimos una puerta y nos damos contra un muro. Pero no sabremos si habrá pared hasta que no abramos la puerta, y a veces las dudas y los temores no nos dejan ni echar mano a la manecilla. A finales del siglo XIX, John D. Rockefeller, presidente de Standard Oil, controlaba el 90% del negocio del petróleo, que se extraía y vendía entonces, principalmente, para iluminación, quemándolo en lámparas y farolas. El Sr. Rockefeller controlaba también buena parte de los ferrocarriles norteamericanos, a través de cuya red se transportaba el petróleo hasta los puntos de consumo.Una combinación de controles realmente estupenda. Para el Sr. Rockefeller, naturalmente. Byron Benson, un joven emprendedor e ingeniero, quería abrir pozos y hacer negocio por su cuenta, pero el amigo Rockefeller tenía casi el monopolio del mercado, gracias a su casi monopolio en el transporte. La alternativa de entonces al tren eran las carretas de caballos. De modo que al bueno de Byron le dijeron que, o lo vendía a la Standard Oil, o lo quemaba él mismo en una gran hoguera. Entonces se puso a pensar, tuvo una idea, la desarrolló y la dio forma. Tras varios estudios y mucho trabajo, diseñó y logró construir el primer oleoducto de la historia. Nadie lo había pensado hasta entonces. Y, a través de él, llevó su petróleo hasta las ciudades sin usar los trenes controlados por Rockefeller, y a un coste más barato. Al poco tiempo, Edison sorprendió al mundo con la bombilla eléctrica. Quiso encontrar un sistema de iluminación que no requiriese de petróleo ni de gas. Y lo consiguió, aunque su sistema de corriente continua no permitía llevar la electricidad más allá de unos cientos de metros de donde se producía. El gran Nicola Tesla asumió el reto y venció a su antiguo jefe, inventando el sistema de corriente alterna, que actualmente disfrutamos, probando su eficacia al llevar la electricidad generada en las cataratas del Niágara hasta la ciudad de Búfalo, a 32 kilómetros. El precio del petróleo se desplomó. No mucho más tarde, el mundo conoció un nuevo invento que volvió a cambiar la historia: el automóvil. Ideado por Karl F. Benz en Alemania, este pionero buscaba un medio de transporte que permitiera desplazarse con rapidez en un mundo que empezaba a necesitar mover materiales y personas con la rapidez del ferrocarril, pero sin la limitación física de éste para llegar a cada pueblo, casa o industria. El invento prometía, aunque no era nada barato y había que llevar todo el combustible encima. El forraje para caballos crecía en los prados, pero la gasolina no. En esto que salió un tal Henry Ford y se propuso fabricar automóviles a un coste competitivo, y concibió y llevó a la práctica la primera gran cadena de montaje, dando paso a toda una revolución en el transporte y en la industria. Ya había automóviles baratos. Al principio, la gasolina para estos artefactos se vendía en las farmacias; en latas!. La industria del petróleo, castigada por Edison y Tesla, comenzó a dar salida a una buena parte refinándolo y vendiendo gasolina, y el bueno de Rockefeller y sus socios descubrieron un nuevo filón: Llenarían el país, y el mundo, de estaciones de servicio donde se vendería gasolina para los nuevos vehículos. Innovar es darse cuenta de algo que nadie ha pensado primero , o lo pensó pero no hizo nada, o no lo hizo con éxito. O se limitó a “intentarlo”. Resulta difícil imaginar retos tan formidables y complicados como los que enfrentaron los innovadores de arriba. Y hay docenas de ejemplos para elegir. Por eso sorprende que, en nuestro mundo actual, algunas empresas teman asumir pequeños riesgos para producir alguna innovación, sin darse cuenta del riesgo que conllevan esos temores. Hace unas semanas leí en la tribuna libre de El Diario Montañés un artículo firmado Paz Villalobos Nicieza, abogada letrada-jefe del Ayuntamiento de Laredo, en Cantabria. Hacía un ejercicio de auto-crítica en su doble condición de profesional del derecho y servidora pública. Relataba en la publicación el períplo de tres lustros para conseguir la autorización legal para desarrollar un polígono industrial, titulando así el escrito: “Sí, se puede hacer”, haciendo referencia a los años que pasó escuchando de colegas y compañeros: “no se puede hacer; el artículo X dice…”. Textualmente, continuaba diciendo: “Personalmente, creo que hemos de asumir el riesgo de buscar soluciones jurídicas, que siempre las hay, cuando lo que se persigue es la consecución de una resolución justa y acorde al sentido común”. La reflexión a la que llevaba es que, incluso en algo tan aparentemente rígido como el derecho, se pueden encontrar enfoques diferentes, soluciones innovadoras, cuando realmente existe la voluntad de encontrarlas. Cuando se ponen los medios para conseguirlo. Se puede innovar en todo, a partir de un enfoque creativo y positivo, con el conocimiento suficiente, sumando habilidades y consensos, analizando las cosas sin prejuicios, con sólo proponérselo con firmeza. Siempre es más cómodo no hacerlo, o incluso limitarse a “intentarlo” pero sin llegar a comprometerse, a veces sólo para poder decir después “si ya decía yo que no podía ser”. Estaría bien poder llegar a una tienda y pedir docena y media de ideas frescas. Preferentemente estupendas. Lo cierto es que, en cada organización, en cada empresa, las tenemos igualmente a nuestra disposición. Hay que plantearse descubrirlas, y poner los medios para conseguirlo.
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Muchas gracias a Federico Moratinos por citarme en su estupendo artículo. Realmente fue una grata sorpresa y me ha permitido conocer vuestra interesantísima revista. Enhorabuena.
Gracias a tí, Paz, por insuflar oxígeno y creatividad también en los «negocios jurídicos», y especialmente en el ámbito de lo público.
Supone un ejercicio de suma profesionalidad y capacidad de reenfoque, que es la esencia del pensamiento creativo y fuente de la innovación. Y sirve de estupendo ejemplo para todos aquellos que, ya en el ámbito empresarial, todavía dudan de que se pueda hacer algo diferente en su actividad, o de que hacerlo pueda suponerles mejoras tangibles.
Hace ya algunos años, Aristóteles dejó dicho que «si quieres entender de verdad algo, intenta cambiarlo». Estoy seguro de que el esfuerzo de haber trabajado para cambiar una situación te aportó, además del éxito de desbloquear un problema, un conocimiento más profundo en tu materia de trabajo.
Felicidades por ello, y mi ofrecimiento de colaboración incondicional, en todo aquello que suponga trabajar para difundir las ventajas de pensar y trabajar de forma innovadora en cualquier ámbito de nuestra sociedad.
Federico Moratinos