EL OPTIMISMO Y LAS NUEVAS IDEAS

La diferencia entre un pesimista y un optimista puede ser esta: Un pesimista le dice a su amigo “Hay que ver! Ya no nos puede ir peor!”, y el amigo optimista le responde: “Que sí hombre, que sí!”. Cierto es que, para mucha gente, un optimista es alguien con una visión idealizada del mundo, y que no ve las cosas como “realmente son”. Pero es más cierto aseverar que la mayoría de las cosas son, para cada uno, lo que cada uno es capaz de ver en ellas. Dice un proverbio chino que una crisis es, en realidad, una oportunidad, y como es un dicho conocido, mucha gente se muestra de acuerdo… al menos de palabra. A la hora de la verdad, la inmensa mayoría sólo alcanza a ver, en una crisis, problemas, obstáculos y situaciones complicadas para las que no vislumbran soluciones, fijándose en lo que hacen otros a ver si funciona y, aun en ese caso, pensándoselo bien no vaya a ser que a ellos no les vaya igual. Como en casi todo en la vida, nuestro punto de vista condiciona nuestro enfoque de la realidad, y ese punto de vista es sólo una de las dimensiones de una realidad siempre compleja. Carl Sagan, famoso astrofísico y gran divulgador, explicaba nuestra incapacidad para “ver” y percibir la cuarta dimensión del espacio poniendo el ejemplo de un ser “bidimensional” -con sólo ancho y largo, pero sin altura, como un plano- viviendo en un mundo “tridimensional”, como el que percibimos nosotros. Si, por ejemplo, un plátano -con tres dimensiones- traspasara poco a poco, de arriba hacia abajo, el plano-mundo “bidimensional” en el que vive atrapado ese ser, alcanzaría a ver, en cada momento, un corte del plátano, totalmente bidimensional, pero no alcanzaría a concebir su forma. Incluso, a medida que el plátano atravesara el plano bidimensional, formando una nueva capa visible para ese ser de dos dimensiones, seguramente pensaría que ese nuevo corte -parte de un todo tridimensional- sería para él, “en realidad”, otro objeto, otra cosa, sin conexión aparente con la anterior. Todo este rollo viene a cuento de que, lo que percibimos como “realidad”, no es más que el resultado de nuestras limitaciones para observarlo de otra manera. Y que, contra más aptitudes desarrollamos para ver las cosas de modos diferentes, más amplia y diversa nos parece la misma realidad y, en esa riqueza ampliada, es más sencillo encontrar alternativas útiles. Si al ser “bidimensional” intentáramos explicarle que lo que “realmente” había visto era un plátano, es seguro que, cuando menos, nos resultaría muy complicado. Sobre todo, si directamente se empeñara en asegurarnos que tan sólo se trataba de una sucesión de elipses, casi blancas y blandas por el centro, y rodeadas de un perímetro negro-amarillento. Ampliar esa visión de la realidad no sólo requiere de cierto esfuerzo sino, sobre todo, de “admitir” que lo que uno está percibiendo, puede ser sólo una parte de una realidad mayor. En el mundo de las empresas, esa “actitud” para estar abierto a diferentes enfoques requiere de cierto optimismo que, en definitiva, es la capacidad de ver las cosas de otro modo. Y si uno cree que no tiene esa capacidad, debe al menos esforzarse por apreciarla en los demás. Cuando en una empresa con problemas, alguien sugiere otra forma de hacer las cosas, otra actividad a la que abrirse, otros mercados, otra estrategia… un modo diferente de admitir esa realidad empresarial, suelen darse dos tipos de posturas: La de quienes perciben las posibilidades de los cambios que se proponen -digamos los optimistas- y la de quienes, rápidamente, son capaces de aportar los problemas, dificultades y peligros que aparecerán en el camino. Ver los problemas y dificultades suele ser siempre más sencillo. Menos para los niños. Esto se debe a que la vida nos ha puesto por delante multitud de problemas y dificultades, y nuestro cerebro está diseñado para aprender a evitarlos en el futuro, razón por la que los almacena para que estén siempre a mano. Además, si uno advierte de un peligro y el tiempo demuestra que se equivocaba, no suele pasar nada. Por el contrario, si uno se centra en los posibles beneficios, en el potencial de una propuesta, y el tiempo lo desmiente, todos los demás se le echarán encima, y el cerebro aprende también de esa experiencia. De modo que, salvo que uno tome conciencia de ello y se esfuerce en corregir esa deriva, con el tiempo más personas se apuntan al pesimismo. Pero, lo cierto es que, en parte, se lo pueden permitir porque, al mismo tiempo, siempre habrá algún optimista a mano. Alguien del que obtener puntos de vista diferentes y positivos, que se puedan aprovechar cuando resulten acertados, y a quien echar la culpa si no lo son. Siendo sinceros, a eso se le llama “miedo al fracaso”. Todos los consultores en innovación coinciden en que es otro de los grandes obstáculos a la innovación, y algunas sociedades -la nuestra entre ellas- castigan el fracaso casi de forma organizada, lo que sigue sumando socios al club de los “pesimistas”, llegando en algunas empresas a secar la cantera de los “optimistas”. En Estados Unidos, el 80% de los universitarios aspira a poder tener un negocio propio. En España, el 70% de ellos desea una plaza de funcionario. Y no todo es culpa de los jóvenes. Un buen amigo, residente en Boston, me comentó que, cuando su hijo le dijo que iba a montar una empresa, se sintió orgulloso de él. Yo recordé entonces cuando dije en casa que dejaba el trabajo que tenía y me iba a establecer por mi cuenta. A mí me dijeron: “Pero… tú lo has pensado bien?”. En Francia, hay una bebida refrescante muy popular llamada “Orangina”, de larga tradición por allí, y el director general de la empresa fabricante se reunió hace unos años con su equipo porque las ventas bajaban. Después de analizar la situación -el buen optimismo también debe apoyarse en datos- expuso lo que para él era la realidad: “Señores, nuestro mercado mayoritario ha sido, y sigue siendo, el público infantil. Cuando los padres llevan a sus hijos a comer o tomar algo, éstos les piden Orangina, y desde hace años, los Mac Donald’s crecen por todas las esquinas, y se llevan a buena parte de ese público. Y, señores… en los Mac Donald’s no se vende nuestra Orangina! De modo que, hay que conseguir introducir nuestro producto en todas esas franquicias.” Como el análisis previo parecía impecable y, además, lo había hecho el jefe, nadie se molestó en cuestionarlo, de modo que se centraron en la propuesta: “Pero, señor, Mac Donald’s tiene un acuerdo con Coca-Cola para vender sus refrescos en exclusiva”. Otro añadió: “De hecho, se dice que van de la mano para abrir y explotar mercados!”. Y, como la pelota estaba fácil de chutar, otro añadió: “Tienen una posición de fuerza con la que no podemos luchar. Al fin y al cabo, Mac Donald’s está en todo el mundo y nosotros sólo estamos en Francia!”. El director escuchó lo que ya preveía que le iban a decir y, tras algunos comentarios más en la misma linea, todos en el mismo tono pesimista, les dijo a continuación: “Ni os he sentado hoy aquí, ni de hecho necesito a nadie, para que haga una lista de las razones o dificultades para no plantearnos vender Orangina en los Mac Donald’s. Lo que espero de vosotros es que me digáis Qué tenemos que hacer para que se venda Orangina en todos los Mac Donald’s de Francia!”. Cualquiera de los dos enfoques requería de conocer la realidad y tomar conciencia de las dicifultades. Pero el primer planteamiento -el pesimista- se quedaba en eso: los problemas. El planteamiento que se necesitaba para conseguir el objetivo requería, en cambio, centrarse en las posibles soluciones, en los huecos por donde atacar la estrategia de Coca-Cola, en buscar algo que ofrecer a Mac Donald’s. Pero, sobre todo, el planteamiento realmente optimista fue el que llevó al director a plantearse ese objetivo. Claro está, quedaría por ver cómo lo hubiera tomado él mismo si hubiera sido un miembro de su equipo quien hubiese hecho la propuesta. Pero eso es otra historia. Lo cierto es que Orangina, a día de hoy, se vende en los Mac Donald’s de Francia, que la empresa recuperó parte de su mercado, y que llegó a plantearse exportar el acuerdo a otros países dentro de la esfera de influencia internacional de Francia.

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